Silla Mosca

En Mosca un objeto de una tipología tan arquetípica como la silla es conducido hacia un replanteamiento radical de su uso y de su relación con quienes la usarían sin renunciar a los principios de funcionalidad y economía de medios.

Proyecto

Mosca

Categoría

Producto

Tipología

Silla

Diseño

Jose Juan Belda

Fecha

1987

Materiales

Tubos de acero cromado, madera y plástico

Fotografía e imágenes

Arxiu Valencià del Disseny

En 1987, cuando La Nave funcionaba a pleno rendimiento, José Juan Belda (1947-2021) creó la silla Mosca. La pieza, exhibida por Luis Adelantado, estaba construida con tubos de acero cromado, tablero de madera para el asiento y dos círculos tapizados como respaldo. Además, las dos patas delanteras incorporaban sendas piezas de protección de material plástico. Quizá los elementos más llamativos del mueble a primera vista fueron las tres patas que lo sustentaban y su respaldo, cuya zona lumbar central estaba limitada a un estrecho tubo rematado más arriba por dos círculos. La opción por el sencillo contraste del color negro con el del cromado metálico también dotó a Mosca de un carácter especial. Sorprendentemente, de esta silla de aura escultórica y aspecto vanguardista solo se produjo una variante en color madera, pero no llegó a fabricarse en serie. Sin embargo, de un análisis más detallado se pueden extraer algunas conclusiones que explicarían por qué fue elegida por Guy Julier, en su obra de 1991 Nuevo diseño español, como un ejemplo de planteamiento de nuevas bases formales para la tipología de la silla. Asimismo, fue seleccionada en 2009 por Paco Bascuñán y Nacho Lavernia como una de las piezas clave del diseño valenciano para la exposición y el catálogo Suma+Sigue del disseny a la Comunitat Valenciana.

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La silla de tres patas tiene abundantes antecedentes históricos. Uno de ellos eran las llamadas sillas parideras, con dos patas delanteras y una trasera y cuyo asiento permitía ser retirado para permitir la manipulación de las parteras desde abajo. En el diseño moderno también encontramos esa estructura, aunque con el asiento fijo. Algunas de las sillas de tres patas, debidas a Charles Eames entre 1944 y 1945 y exhibidas en el MoMA al año siguiente, experimentaban con la distribución de dos patas delanteras y una trasera. Por su parte, el modelo Ant, proyectado en 1951 por el danés Arne Jacobsen y producido desde 1952 por Fritz Hansen, ubicaba delante un solo punto de apoyo y mantenía detrás dos. También en 1986 Josep Lluscà presentó su silla Andrea, que produjo Andreu World. Todas ellas, incluso Ant, que remitía en su contorno al del cuerpo de las hormigas, aplicaban una lógica geométrica directa, porque hacían corresponder la forma del asiento a la base triangular de sustentación. Esta fue la primera revisión de la tipología que Belda planteó en Mosca, dado que el asiento de su silla tenía una forma cuadrada. Belda combinó el ritmo formal ternario con el cuaternario en el asiento, e incorporó el binario en los dos círculos que hacen las veces de respaldo. En los modelos previos mencionados esta parte había sido concebida como una única pieza, que partía del rectángulo, del óvalo o del trapecio. Más allá de entablar un mero diálogo con sus precedentes, Belda provocó mediante su diseño un choque con algunos preconceptos sobre las estructuras del objeto silla: suprimió una pata pero añadió una pieza al respaldo e ideó la base de sustentación en forma de un triángulo que no se trasladaba directamente al cuerpo sentado, pues este reposaba sobre un cuadrado.

Hizo evidente que el ideal de ligereza del diseño moderno se podía expresar coherentemente mediante la alusión al pequeño insecto volador, pero al mismo tiempo provocó un cortocircuito en nuestro mecanismo de asociaciones mentales con un cierto tinte psicoanalítico: la silla concebida para el reposo estático sobre un suelo firme se proyecta incoherentemente en nuestra imaginación hacia la idea de movimiento por el aire, y lo hace a través del principio positivo de la levedad del objeto.

Esta pieza aportó un fuerte componente experimental a su diseño de rigurosa base técnica, como muestra la inteligente disposición angulada de los dos travesaños laterales de entibo entre las patas delanteras y la trasera. Respecto a su propio lenguaje, José Juan Belda también usó la silla Mosca por un lado para contradecirse en cierta medida, o para explorar nuevas vías capaces de ampliar su rango expresivo. Los muebles y proyectos de interiorismo que concibió durante la primera mitad de los años ochenta tendieron frecuentemente a la decoración basada en colores vivos, organizados en pautas geométricas, en consonancia con el llamado estilo Memphis, mientras esta silla se atuvo a la restricción cromática. Por otro lado, podemos considerar a Mosca como parte de un conjunto de diseños de muebles debidos a Belda y sustentados sobre bases triangulares: la mesilla El paso del tiempo y el sillón Gong, con los cuales la silla compartía también la capacidad para poner en juego referentes figurativos. En el primer caso, el tablero estaba pensado para ser decorado como un reloj de esfera y sus patas se apoyaban sobre el suelo mediante piezas que imitaban zapatos. En el segundo, el respaldo remitía, en su contorno, color y tamaño, al instrumento musical que le daba nombre. Respecto al lenguaje de diseños ajenos, además de los precedentes mencionados, no podemos descartar la lectura intertextual. Los círculos que rematan la silla, y que, según los bocetos, estaban pensados inicialmente para ser colocados como apoyo lumbar a muy poca altura sobre el asiento, fueron situados más arriba, para que acogieran la zona de la espalda bajo los omóplatos. Esta primacía de los círculos como remate vertical puede ser leída en relación a dos sillas, muy probablemente conocidas por Belda. La primera es la Mickey MacIntosh de Wendy Murayama (1981), una divertida fusión entre las celebérrimas sillas de respaldo alto Low Ingram y Hill House de Charles Rennie Mackintosh y el personaje de Disney. En los bocetos que ilustran el proceso de creación de Mosca, conservados en el Arxiu Valencià del Disseny, también aparecen algunas soluciones características del diseñador escocés que finalmente Belda descartó: el respaldo rectangular alto y las patas delanteras de madera en ángulos rectos fusionadas con el asiento. Sobre la misma estrella del cine de animación ironizó Javier Mariscal, amigo de Belda, en su también muy posmoderna creación Silla Garriris, de 1987. En ella, las formas circulares de las orejas de Piker, garriri directamente inspirado en Mickey, remataban el respaldo.

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Las causas y los efectos que los referentes figurativos de la silla Mosca movilizan resultan de alto interés. El insecto queda aludido mediante los círculos del respaldo como equivalentes de los ojos y la curvatura cóncava del asiento sugiere unas alas que comienzan a extenderse. Por su parte, el color negro evoca directamente al del animal. Las finas patas, junto al leve eje vertical del respaldo, refieren inmediatamente a la sensación de ingravidez que asociamos a la capacidad de volar. En este caso, Belda se recreó en un humor muy posmoderno. Hizo evidente que el ideal de ligereza del diseño moderno se podía expresar coherentemente mediante la alusión al pequeño insecto volador, pero al mismo tiempo provocó un cortocircuito en nuestro mecanismo de asociaciones mentales con un cierto tinte psicoanalítico: la silla concebida para el reposo estático sobre un suelo firme se proyecta incoherentemente en nuestra imaginación hacia la idea de movimiento por el aire, y lo hace a través del principio positivo de la levedad del objeto. Ya hemos mencionado la metamorfosis geométrica a la que Belda sometió su diseño, que transitaba de abajo a arriba desde el triángulo al cuadrado y después al círculo. Pero esta metamorfosis formal aludía quizá también a otra imaginaria de ficción distópica. En 1986, David Cronenberg dirigió la nueva versión de la película La Mosca (The Fly), que se estrenó en España en febrero de 1987 y que alcanzó un considerable éxito mundial. En el film, el personaje interpretado por Jeff Goldblum experimentaba con medios de teletransporte mediante su propio cuerpo. Durante una de las pruebas, el complejo sistema fusionó las moléculas y genes del científico con los de una mosca que se introdujo casualmente en la cabina desde la cual el experimento se iniciaba. Como resultado de este imprevisto, el investigador se fue convirtiendo en monstruo a medida que adquiría la forma y propiedades del insecto. Sentarse en una silla moderna, funcional y original, pero con formas que sugieren las de una mosca pudo ser, en la intención de Belda, la invitación a un juego onírico: la fusión entre nuestros cuerpos y los de los repugnantes insectos, cargados de connotaciones culturales negativas por su relación no solo con el incordio, sino también con la suciedad y la enfermedad. Este, hipotéticamente, sería un juego inocuo pero también morboso. Un juego, en esencia, muy posmoderno en el que las fronteras entre arte y diseño se diluyen.

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Vicente Pla Vivas / Universitat de València