Etiquetas de Naranjas

La producción de etiquetas de naranjas fue un fenómeno muy específico del territorio valenciano que se desarrolló con especial intensidad desde las décadas finales del siglo XIX hasta los años sesenta del siglo XX.

Proyecto

Etiquetas de naranjas

Categoría

Gráfico

Tipología

Packaging

Fecha

Desde finales del XIX  hasta mediados del siglo XX

El origen y la larga pervivencia de este formato gráfico obedeció a las necesidades derivadas de la comercialización exterior de la naranja, ya que las etiquetas adheridas a los laterales o testeros de los cajones sirvieron principalmente para identificar a los exportadores y permitieron controlar fácilmente la procedencia de los lotes que se vendían en los mercados europeos. Las imágenes eran estampadas sobre unos soportes de papel de alto gramaje cuyas dimensiones solían oscilar entre no menos de 20 centímetros en su lado más corto y no más de 30 en el más largo. Durante el período referido, la cromolitografía fue el procedimiento más habitual para imprimir las etiquetas, cuya etapa de auge quedó asociada a la de la hegemonía de esta técnica, desde su generalización en el mundo de la imprenta hasta su sustitución por el sistema offset en color. En este sentido, en las etiquetas de naranjas encontramos siempre la referencia de la imprenta que las produjo. Predominan las ubicadas en la ciudad de Valencia, como el pionero entre los establecimientos litográficos, Ortega, y otros bien conocidos, como las litografías Aviñó, Durá, Ortiz, Gamón, Ruiz, Dealbert y Calabuig, Gráficas Valencia, Gráficas Vicent, García Cantos, Mestre y Monzonís, Galería Gráfica, Leal, Trinitario T. Martínez, Mirabet o Ferrandis. También hubo otras imprentas litográficas dedicadas a las etiquetas de naranjas en Castelló (Armengot), Vila-Real (Seriols-Sichet-Herrero), Algemesí (Litografía Juan), Alzira (Cartonajes Suñer), a las que cabe añadir Industrias G. Viladot e Industrias Madriguera, ambas en Barcelona.

Los autores identificados de etiquetas de naranjas conforman  un listado de polivalentes creadores, familiarizados tanto con el mundo de las bellas artes como con el de la artesanía, que abordaron a lo largo de su vida profesional encargos para realizar pinturas, dibujos, carteles publicitarios, ilustraciones gráficas, decoraciones de abanicos o diseños de fallas.

Si tenemos un producto directamente orientado a finalidades bien definidas, cuya razón de ser obedece a motivos comerciales enmarcados en una actividad económica determinada, elaborado por encargo y pensado para su reproducción múltiple usando las tecnologías propias de su tiempo, estamos sin duda alguna ante un caso de diseño gráfico. Además, como productos de diseño gráfico que eran, las etiquetas de naranjas pusieron en juego múltiples conexiones entre la creación artística, considerada en su acepción más tradicional, y la moderna cultura visual de masas: la publicidad, el cartelismo, el cómic o la tipografía. En efecto, estas conexiones se pueden constatar, aparte de por los recursos plásticos y las temáticas, a través de las firmas de algunas de las etiquetas. Aunque la mayor parte permanecen anónimas, en algunas de ellas descubrimos nombres de artistas como Enrique Pastor Cortina, perteneciente a la generación de ilustradores gráficos formados durante el siglo XIX, que adquirió renombre como caricaturista en torno a 1890 gracias a su obra en Valencia Cómica y en otras publicaciones. Otros autores que firmaron las etiquetas figuraron entre los renovadores del arte valenciano durante las primeras décadas del siglo XX.

10 ETIQUETAS NARANJAS 788

Buenos ejemplos de quienes fusionaron las influencias vanguardistas con el Art Déco fueron los polifacéticos Luis Dubón y Antonio Vercher. También encontramos al ilustrador y caricaturista Juan Masiá y, entre los nacidos en el siglo XX, a los autores de etiquetas Manuel Diago, Ángel Carot, Fernando Fenoll; al dibujante, publicista y creador de carteles de cine Alberto Peris y al afamado historietista creador del personaje Pumby: José Sanchis. Entre todos ellos y otros no mencionados conforman un listado de polivalentes creadores, familiarizados tanto con el mundo de las bellas artes como con el de la artesanía, que abordaron a lo largo de su vida profesional encargos para realizar pinturas, dibujos, carteles publicitarios, ilustraciones gráficas, decoraciones de abanicos o diseños de fallas.

La misión asignada a las etiquetas de naranjas consistió en identificar a cada empresa exportadora y en promocionar su producto. La primera de estas finalidades se entendió dialécticamente relacionada con la de diferenciar la marca respecto a todas las demás. Esta finalidad la cumplieron con creces, hasta el punto de que tal obsesión por crear marcas visuales exclusivas ha dificultado el análisis de esta tipología desde el punto de vista de la historia del diseño valenciano. Dicho de otro modo, durante casi un siglo el producto más conocido internacionalmente del diseño gráfico valenciano contó con muy pocos rasgos comunes que permitieran establecer una coherencia de escuela o de centro productivo. Quienes diseñaron las etiquetas tuvieron un objetivo común, trabajaron para empresas dedicadas a la comercialización del mismo producto y adaptaron sus recursos plásticos al dibujo de contornos bien delimitados, para poder extraer fácilmente las plantillas para cada color, y a la limitada disponibilidad de tintas, a veces solo una y en muchas ocasiones solo dos o tres, que entraban en juego en la policromía final. Pero, aparte de compartir el contexto y el marco técnico, la gramática de las etiquetas de naranjas estuvo abierta a amplísimas variaciones y su vocabulario pareció tender a una expansión infinita, capaz de asumir y adaptar casi cualquier motivo. Hay etiquetas cuyo contenido icónico resultaba informativo, porque representaban paisajes, escenas o medios de transporte que hablaban del origen y de los procesos por los que el producto pasaba hasta llegar al público consumidor, o bien de elementos asociados a los lugares de destino. Pero en muchas otras ocasiones los diseños se decantaban hacia una fantasía icónica que hoy en día (y quizá también entonces para el público comprador) hace difícil establecer conexiones lógicas entre la elección de una determinada figura o tipografía y las condiciones objetivas del producto promocionado. Entre los centenares de etiquetas diferentes que se encuentran catalogadas, frecuentemente se mezclaba la lógica denotativa de un contenido informativo con otro puramente sugestivo, pero en no pocas ocasiones el primer componente se reducía a la dimensión semántica del texto, mientras la icónica y la tipográfica se desarrollaban casi exclusivamente por el campo connotativo.

Motivos anodinos para nuestra mirada actual, o que son solo capaces de promover la nostalgia, intentaban conectarse activamente con emociones positivas en su tiempo. Quienes diseñaban las etiquetas sabían muy bien que en los medios de masas residían muchas de las imágenes más populares en cada momento, y tomaban prestados temas del imaginario cambiante al ritmo de las modas del arte, del cine, de la publicidad, o de las revistas ilustradas.

Si buscamos una estructura comunicativa subyacente a esta caprichosa diversidad de diseños, esta sería la que se sustentaba en los mecanismos de persuasión desencadenados mediante el recurso, tan habitual en la publicidad, al condicionamiento clásico. Los mejores de estos diseños nos muestran cómo motivos anodinos para nuestra mirada actual, o que son solo capaces de promover la nostalgia, intentaban conectarse activamente con emociones positivas en su tiempo. Quienes diseñaban las etiquetas sabían muy bien que en los medios de masas residían muchas de las imágenes más populares en cada momento, y tomaban prestados temas del imaginario cambiante al ritmo de las modas del arte, del cine, de la publicidad, o de las revistas ilustradas para reutilizarlos. La naranja valenciana fue durante muchos años un producto de lujo o de consumo ocasional para buena parte de la sociedad europea. Mediante el diseño de las etiquetas se identificaba inequívocamente a cada exportador, pero también se intentaba convencer a minoristas y a consumidores de que valía la pena pagar un alto precio por una fruta que quedaba asociada a la infancia, a la felicidad, al placer, a la salud, a la seducción, a la belleza, a la aventura, usando frecuentemente modelos tomados de ilustraciones gráficas, de los dibujos animados o de las estrellas de cine. Para promover un producto cuyos mercados eran tan vulnerables a las crisis resultaba muy importante que el diseño apelara a los aspectos positivos de la experiencia y que reforzara la imagen exótica y paradisíaca de la tierra de donde provenía esta apreciada fruta. También a la eficiencia de rápidos medios de transporte, que permitían el acceso de las naranjas en perfecto estado a los puestos de venta, y que podía representarse literalmente a través de ferrocarriles o barcos mercantes, o, más alegóricamente, mediante liebres o galgos. Los diseños de etiquetas de naranjas se alimentaron de todo un riquísimo imaginario transnacional, que apelaba al repertorio costumbrista valenciano y español, pero también  al francés, holandés o británico, a personajes literarios y cinematográficos, a monumentos, a tradiciones populares y a formas de vida modernas. El diseño de las etiquetas de naranjas valencianas  contiene en sí mismo una parte de la historia del diseño gráfico y de la cultura visual occidental contemporánea.

27 ETIQUETAS NARANJAS SEDAS 788 min

Vicente Pla Vivas / Arxiu Valencià del Disseny y Universitat de València